sábado, 14 de julio de 2012

Convalecencia

Se entiende por convalecencia el estado por el que pasa un individuo desde el momento en que se le considera curado de una enfermedad, una intoxicación o una herida, hasta la completa desaparición de todas las consecuencias de estos procesos. La convalecencia empieza, por consiguiente, con la cesación de los fenómenos esenciales y característicos de la enfermedad, v.gr., con la consolidación en las fracturas, el cierre de las heridas, o la desaparición de los fenómenos típicos en un envenenamiento, y termina cuando el organismo ha recobrado el estado de salud anterior. Si ésta no se recobra por completo, el término de la convalecencia es relativo, y da lugar en este caso a grados mayores o menores de invalidez.

Es claro que no pueden comprenderse a partir de este concepto ciertos estados patológicos que la complicarían o interrumpirían, como, por ejemplo, los recidivas de una enfermedad, los nuevos padecimientos o los que se llaman consecutivos (estrecheces blenorrágicas, endocarditis reumáticas, nefritis después de una enfermedad infecciosa y neurosis por shock), puesto que éstos tienen su propia patogenia, tratamiento y pronóstico. Durante la convalecencia ha de ponerse un cuidado muy especial en evitar esas complicaciones. Tampoco debe comprenderse en el concepto estricto de convalecencia la lenta desaparición de ciertos trastornos locales consecutivos a lesiones traumáticas, v.gr., contracturas.

La convalecencia en su verdadero sentido debe considerarse como un estado de agotamiento curable consecutivo a las alteraciones orgánicas pasadas. Según la naturaleza de la causa morbosa y el curso de la enfermedad, aquélla variará; a la vez, son también muy distintas las indicaciones terapéuticas. En las enfermedades de curso leve y rápido, que apenas dan lugar a trastornos manifiestos, no es necesario tratamiento en este periodo, sobre todo si el médico está convencido de que tampoco ha de sobrevenir ningún peligro oculto. La convalecencia de las enfermedades infecciosas es una de las que requieren mayores cuidados.
Los músculos, especialmente el miocardio, quedan más débiles cuanto más fuerte y persistente ha sido la fiebre. Algunas enfermedades infecciosas, aun cuando hayan evolucionado de un modo al parecer leve, dejan tras de sí, con mucha frecuencia, una debilidad muscular y cardiaca muy acentuada. Durante la convalecencia de estos casos el individuo debe observar una vida metódica y sujetarse a un tratamiento, como si se tratara de una enfermedad grave. En los casos de gran debilidad debe recomendarse reposo en cama y permanencia al aire libre. En algunas cardiopatías cualquier esfuerzo físico, en el que los pacientes se entregan con facilidad y se olvidan de su estado, puede producir trastornos graves como la insuficiencia cardiaca aguda. Poco a poco y con una vigilancia médica continua, se harán ejercicios metódicos de gimnasia activa y pasiva, acompañados de algunas sesiones de masaje. Esta gimnasia debe conducir gradualmente a la actividad ordinaria del individuo.

El agotamiento nervioso, aunado a la debilidad cardiaca y muscular, en uno de los elementos del conjunto sintomático de la convalecencia, necesita también medidas terapéuticas especiales. Poco a poco debe conducirse la función psíquica a su independencia y actividad ordinaria; al principio, aun las conversaciones indiferentes y las lecturas más sencillas resultan excesivas porque excitan al enfermo. Es muy conveniente que descansen horas. En los casos en que no sea posible conciliar el sueño espontáneamente, se ordenarán baños prolongados de temperatura media y, si fuese necesario, se prescribirá algún ansiolítico.
La alimentación constituye un punto esencial en el tratamiento de la convalecencia. Su disminución durante la enfermedad se manifiesta claramente en ésta por su debilidad. Para el restablecimiento de la química orgánica es conveniente prescribir una dieta tonificante, pero esto con sumo cuidado, puesto que a la mayor necesidad de alimentos se contrapone la función debilitada y, por tanto, la mayor vulnerabilidad de los órganos digestivos. La alimentación de un convaleciente debe tener las siguientes características:

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